A tono con la ciudad,
me subo a una bicicleta y me dejo llevar
hasta los destinos de parques generosos, aunque escasos,
o suficientes si se tiene uno en la esquina
y se transforma en el jardín de tu casa,
el oasis de tus tristezas...
la ciutadella de los lagartos,
de las mariposas, de los tejados verdes, de los laberintos solitarios,
de los pies descalzos, de vientos anaranjados
y vasijas aguateras de charcos y fuentes embrujadas...
de la luna sobre la glorieta sostenida de un violín,
quizás de un tambor o de la flauta mágica de hechizos bastos
imposibles de retener en la memoria
aunque de primavera se sostenga
con la cara limpia sobre mis hijos
de sonrisas amplias y pies apurados, que recorrían
los pasillos de cristales arenosos
junto a mi paso nostálgico, seguro y tranquilo.
Entrecruzada adonde se puede decir que uno puede ser feliz
con tan solo un mantel...
(continuará)
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